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Saturday, November 15, 2025

La lucha por la “hegemonía”: una marca en el orillo del populismo

En los últimos años, la palabra “hegemonía” se ha vuelto comodín en la política argentina. Los populistas la pronuncian con la misma reverencia con que los alquimistas hablaban del elixir de la inmortalidad. Antonio Gramsci—el santo patrono de esta devoción—definió hegemonía como la capacidad de una clase política de dirigir intelectual y moralmente a la sociedad (Gramsci, 1971). En castellano común: que todos piensen, sientan y respiren al compás del movimiento.

La democracia liberal, en cambio, tiene un vicio imperdonable: desconfía de quienes se arrogan la representatividad absoluta. Loris Zanatta lo resume mejor que nadie: los populismos latinoamericanos “no conciben un pueblo plural sino uno homogéneo; no aceptan la diferencia como condición democrática, sino como patología moral” (Zanatta, 2015, p. 42).

Nada retrata mejor esta pulsión que nuestro propio laboratorio nacional de hegemonía: el peronismo. Y dentro de él, su obra de ingeniería cultural más ambiciosa: la “fisiología” comunicacional creada por Raúl Apold, descrita por Silvia Mercado en Apold. La sombra del poder.


1. Gramsci: el evangelio laico de la hegemonía

El marxismo clásico creía que la historia la movían estructuras económicas. Gramsci añadió un ingrediente más eficaz: la batalla por la cultura. Según él, la burguesía dominaba no sólo por capital, sino porque su visión del mundo impregnaba escuelas, medios y sentido común.

Para revertirlo, el partido debía erigirse en “intelectual orgánico”, educador moral del pueblo (Gramsci, 1971, pp. 5–23).

Gramsci define hegemonía como:

“La dirección intelectual y moral que una clase ejerce sobre las demás cuando obtiene el consenso y no sólo la fuerza.”
—Gramsci, Quaderni del carcere, Ed. Einaudi, 1975, vol. 1, p. 104.

Su tesis central:

  • Para dominar políticamente, primero se debe dominar culturalmente.

  • La escuela, la prensa y los intelectuales son arenas de batalla.

  • El “intelectual orgánico” debe uniformar la visión del mundo de las masas.

Y remata:

“El Estado es educador: organiza el consenso, disciplina los hábitos, forma las costumbres.”
—Gramsci, 1975, vol. 3, p. 156.

Este proyecto es incompatible con la democracia liberal, que exige:

  • instituciones autónomas,

  • pluralidad de ideas,

  • libertad de enseñanza,

  • prensa independiente,

  • Crítica protegida.

En síntesis:

Gramsci no describe la democracia, sino la hegemonía moral de un partido.

La premisa suena noble. Hasta que alguien intenta aplicarla.

Spoiler: los resultados suelen parecerse menos a Atenas y más a 1984.

Loris Zanatta ofrece el puente conceptual entre Gramsci y el peronismo. En El populismo:

“El populismo identifica al pueblo como un cuerpo moral unificado, dotado de una verdad interior que sólo el líder encarna.”
—Zanatta, 2015, p. 42.

En Perón y el mito de la Nación Católica, profundiza:

“El peronismo quiso instaurar un catecismo cívico: una doctrina donde el bien y el mal político estaban predeterminados. La discrepancia era inmoral.”
—Zanatta, 2013, p. 289.

Zanatta demuestra que el populismo:

  • no admite pluralismo real,

  • considera la crítica como atentado moral,

  • necesita un pueblo homogéneo,

  • convierte la política en una liturgia.


2. Perón: el gramscismo criollo

Si alguien leyó a Gramsci con gula fue el primer peronismo. No académicamente, por supuesto; Perón no necesitaba leerlo para intuir sus mecanismos. Su instinto político era suficientemente gramsciano: controlar la cultura para evitar tener que debatir.

Silvia Mercado (2015) describe con detalle quirúrgico cómo, bajo la mano de Raúl Apold, el gobierno articuló una “fisiología peronista”: un ecosistema mediático en el que todos los órganos —prensa, radio, cine, espectáculos, escuelas, sindicatos— latían al ritmo del líder. La maquinaria tenía principios simples:

  1. Centralización absoluta del mensaje.
    Apold decidía qué se emitía, quién hablaba, qué tono se usaba y qué silencios convenían. Mercado cita documentos internos donde Apold exigía “uniformidad en los conceptos” y “alineamiento con la conducción” (Mercado, 2015, pp. 89–94).

  2. Construcción del mito Perón–Evita.
    Se fabricó un panteón sentimental donde el Líder y la Jefa Espiritual ocupaban el rol de padres fundadores. “La patria ya no es la tierra: es Perón”, escribían los manuales (Mercado, 2015, p. 147).

  3. Deslegitimación sistemática del disenso.
    Para la fisiología peronista, el opositor no era adversario, sino enemigo moral. Mercado muestra cómo Apold instruía a periodistas para presentar la crítica como “antipatriótica” o “oligárquica” (Mercado, 2015, pp. 164–169).

La hegemonía es eficaz. Pero suele tener efectos colaterales sobre la libertad.



3. El Manual del Alumno de la Nueva Argentina: catecismo escolar

La educación fue objetivo privilegiado. El Manual del Alumno de la Nueva Argentina buscaba asegurar que ningún niño escapara del molde oficial. El libro enseñaba historia como si la Argentina hubiera sido un experimento fallido hasta la llegada de Perón.

Un ejemplo claro lo ofrece el capítulo “El Líder y su Pueblo”, donde se afirma:

“Perón nos ha devuelto la dignidad que nos arrebataron décadas de injusticia. Antes vivíamos perdidos; hoy sabemos quiénes somos.”
Manual del Alumno de la Nueva Argentina, citado en Mercado (2015, p. 133)

La pedagogía no apuntaba al pensamiento crítico, sino al pensamiento único. Exactamente lo opuesto a lo que defiende la Constitución de 1853.

Silvia Mercado documenta cómo Raúl Apold edificó un aparato de “ingerencia total” sobre la comunicación.

En una circular interna, Apold instruye:

“La montaña informativa debe moverse en consonancia con la voz oficial. Nada que confunda al pueblo debe difundirse.”
—citado en Mercado, 2015, p. 89.

El Manual del Alumno (1952), distribuido masivamente, transformó la educación cívica en catequesis política:

“Gracias a Perón hemos recobrado la dignidad perdida. Él es nuestro guía y protector.”
—Manual del Alumno de la Nueva Argentina, Ministerio de Educación, 1952, p. 17.

“El trabajador vivía en la oscuridad; Perón le trajo la luz.”
—Manual, 1952, p. 21.

¿Pluralismo?

No aparece ni como concepto. 

La “fisiología peronista”

Mercado detalla:

  • control de contenidos de radio;

  • supervisión previa de noticieros;

  • presiones a diarios;

  • listas negras de artistas;

  • sanciones económicas a medios disidentes;

  • obligatoriedad de difundir actos oficiales;

  • Culto hagiográfico al Líder y la Jefa Espiritual.

Apold mismo afirmaba:

“El Movimiento tiene una sola voz: la del Conductor.”
—Mercado, 2015, p. 95.


4. La Comunidad Organizada: el Estado ético

En La Comunidad Organizada, Perón (1950) desarrolla la arquitectura filosófica de su hegemonía. Allí sostiene:

“El hombre sólo alcanza su plenitud en la comunidad.”
—Perón (1950, p. 23)

Es una afirmación noble… si no fuera acompañada por otra:

“Los individuos no existen sino en la medida en que sirven a la comunidad.”
—Perón (1950, p. 41)

Al leerlo, uno comprende por qué los liberales insisten en la división de poderes. La Comunidad Organizada propone una sociedad en la que el conflicto desaparece porque desaparece el individuo: sólo queda la “unidad de concepción”, fórmula que, en democracia, suele presagiar uniformidad compulsiva.

Perón enuncia en ese texto:

“El individuo aislado carece de existencia moral: sólo alcanza plenitud en la comunidad.”
—Perón, 1950, p. 41.

Y prescribe:

“La unidad de concepción es esencial para la unidad de acción.”
—Perón, 1950, p. 58.

Frase profundamente anti-liberal:

Ninguna democracia puede exigir la unidad de pensamiento.


5. Eva Perón: devoción como política

Eva Perón refinó esa visión en La razón de mi vida (1951), donde explicaba su misión con un tono místico:

“Mi vida es de Perón. Todo lo que soy se lo debo a él.”
—Eva Perón (1951, p. 11)

Eva Perón refuerza la doctrina emocional:

“Mi vida es de Perón: traicionarlo sería traicionar mi alma.”
—Eva Perón, 1951, p. 11.

Sobre los opositores:

“La ingratitud hacia Perón no tiene perdón posible.”
—Perón, E., 1951, p. 148.

La discrepancia queda equiparada a pecado. 

El lector liberal podría preguntarse si esta confesión no describe mejor una secta que un proyecto político. Pero “unidad de concepción”, ya se sabe.



6. De Apold a 678: la tradición continúa

La tentación hegemónica no desapareció tras 1955. Renació, con nuevas herramientas, durante el kirchnerismo.

Los “juicios públicos” de Hebe de Bonafini

En 2006, Bonafini organizó escraches a periodistas disidentes, acusándolos de “cómplices de la dictadura” sin mediación judicial alguna. Su objetivo era el mismo que el de Apold: disuadir la crítica no por argumentos, sino por miedo moral.

Bonafini afirmó en Plaza de Mayo:

“A los traidores hay que juzgarlos en la plaza.”
—Discurso, Plaza de Mayo, 5/8/2006.

Es la traducción literal de «hegemonía moral».

678: el tribunal televisivo

El programa funcionó como un People’s Court donde se sometía a la ciudadanía al pensamiento correcto. Cada emisión ofrecía:

  • acusaciones morales a periodistas no alineados,

  • ediciones manipuladas,

  • paneles que actuaban como jurados ideológicos.

El formato coincidía punto por punto con lo que Anthony Lewis denuncia en Freedom for the Thought That We Hate: la pulsión del poder por convertir la libertad de prensa en obediencia de prensa (Lewis, 2007).

“La libertad de expresión existe para proteger el pensamiento que odiamos.”
—Lewis, 2007, p. 3.

O sea: para impedir exactamente lo que hacía 678.


7. La Constitución de 1853: el antídoto

Frente a estas tentaciones, la Constitución de 1853 es un recordatorio incómodo para cualquier hegemonista:

  • La división de poderes impide que un movimiento capture todo el Estado.

  • La libertad de prensa protege incluso—y especialmente—lo que irrita al gobierno.

  • El federalismo diluye la concentración del poder.

  • Los derechos individuales limitan la voluntad de las mayorías.

Como señala Sabsay (2010), la Constitución argentina fue diseñada para “prevenir toda forma de absolutismo, incluso el ejercido en nombre del pueblo” (p. 55).

La democracia liberal sostiene que la pluralidad es una bendición. El populismo cree que es una traición.

Los constituyentes imaginaron un país inmune a proyectos totalizantes:

  • art. 14: libertad de publicar ideas.

  • art. 32: prohibición de censura.

  • art. 29: prohibición de poderes extraordinarios.

  • art. 5 y 121: federalismo como barrera anti-centralización.

  • art. 1: forma republicana = división del poder.

Sabsay lo sintetiza:

“La Constitución de 1853 es un dique contra la concentración del poder aun cuando se invoque al pueblo.”
—Sabsay, 2010, p. 55.


8. Conclusión: una marca en el orillo

La palabra “hegemonía” suena erudita. Pero en política práctica significa algo más simple: usted no piensa, yo pienso por usted.

Gramsci la elaboró; Perón la ejecutó; Apold la perfeccionó; Bonafini y 678 la actualizaron. Siempre con el mismo sueño: una sociedad sin grieta porque sólo queda una voz.

Anthony Lewis recordaba que la esencia de la libertad de expresión es proteger “el pensamiento que odiamos” (Lewis, 2007, p. 3). Esa frase resume el espíritu del constitucionalismo liberal y la antítesis del proyecto hegemónico.

Mientras algunos sigan soñando con pueblos unánimes y líderes infalibles, conviene recordar que la diversidad no es un problema a corregir, sino la condición de existencia de una república.

Porque allí donde todos piensan igual, nadie está pensando.


Referencias (APA)

Gramsci, A. (1971). Selections from the prison notebooks. International Publishers.

Lewis, A. (2007). Freedom for the thought that we hate: A biography of the First Amendment. Basic Books.

Mercado, S. (2015). Apold. La sombra del poder. Editorial Sudamericana.

Perón, E. (1951). La razón de mi vida. Editorial Peuser.

Perón, J. D. (1950). La comunidad organizada. Subsecretaría de Informaciones.

Sabsay, D. (2010). La Constitución de 1853 y el constitucionalismo argentino. Editorial La Ley.

Zanatta, L. (2015). El populismo. Katz Editores.