En la Europa mediterránea, se siguió el camino contrario, apilando más beneficios y gastos en el sistema estatal en los años de crecimiento de la década del 80 y del 90, cortando la jornada de trabajo, la edad de retiro y aumentando los créditos subsidiados a la construcción a través de la multiplicación de cajas regionales subsidiadas.
España, Francia, Italia, Grecia, Portugal e Irlanda siguieron el modelo hasta que -ya a fines de los noventa- era claro que se había acumulado un nivel de endeudamiento insostenible.
Francia eligió tomar el ricino primero eligiendo a Sarkozy -quien pese a su impopularidad personal sigue teniendo un 65 % de franceses a favor de sus medidas económicas- mientras que la España de Zapatero -llegado sobre una ola de reacción a la guerra de Irak y miedo genuflexo a nuevos ataques terroristas- optó por el camino populista de hacer todo lo contrario, exacerbando y expandiendo el estado benefactor a los inmigrantes árabes y latinoamericanos y postergando la indispensable reforms laboral en un país que contaba ya con un 15 % fijo de desempleo crónico.
Mientras que en el Norte, el seguro de desempleo es un "castigo" y la reconversión laboral y el empleo y premio al que se accede rápidamente cambiando de industria, en el Sur los premios están en el "paro" crónico, la casa subsidiada y los reclamos al Estado.
Mientras que en el Norte las quejas son por altos impuestos e inflación -dos mecanismos que golpean primero a los de menores ingresos-, en el Sur, con ingresos generados por empleos subsidiados o pensiones a los 50 años, las quejas estallan en cuanto se toca a la "vaca sagrada" del Estado benfactor.
Si bien la amplia mayoría de los europeos del Sur reconoce que el Estado está qiebrado y que mayor deuda es suicida, tras 45 años de vivir en el sistema -dos generaciones-, pocos quieren ser los primeros en enfrentar la austeridad -más años de trabajo, capacitarse para empleos reales, competir por servicios, vivir en casas acordes con los ingresos reales-.
Y tienen razón, porque los premios clientelistas han atrofiado las capacidades y generado incertidumbre entre quienes se han criado en el sistema para abandonarlo.
Los nietos de los gallegos e italianos que llegaron a "hacerse la América" en las primeras décadas del siglo 20 trabajando 14 o 18 horas diarias sin sábados ni domingos no están dispuestos ni preparados para emigrar siguiendo su ruta hacia las Américas actuales a pesar de que éstas les ofrecen mucho mejores oportunidades de crecimiento económico.
En América Latina, los países que reformaron antes sus estados benefactores -Chile, Brasil, Colombia- se encuentran a la cabeza no sólo del crecimiento -que viene como consecuencia de factores externos (como el tipo de cambio atrasado o los precios de las commodities)- sino de la atracción de inversiones y crédito por el bajo riesgo que prometen sus economías y estados solventes.
El bloque bolivariano -encabezado por Venezuela, Ecuador y Argentina- sigue en cambio quemando divisas para sostener subsidios y engordando sus estados hasta convertir superávits en déficits y hacer caer la producción de sus recursos más típicos: petróleo, granos, carne, leche.
La historia que no se aprende se repite.
El comportamiento es hijo de premios y castigos. Mientras no cambiemos los premios y castigos de lugar, no habrá cambio de comportamiento.
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