Wednesday, March 16, 2011
Japón: un país levantado contra sus pesadillas
Como en las imágenes del film "La última ola" del australiano Peter Weir, en el que una historia mítica aborigen presagiaba un maremoto real,
las imágenes del engendro atómico Godzilla y las Tsunamis pintadas hace cuatro siglos por Hokusai parecen haber salido de pantallas y marcos para apoderarse de la realidad.
Las consecuencias de la radiación -que los japoneses fueron pioneros en experimentar 60 años atrás- no son solamente la potencial pérdida de vidas -hoy minimizada por los controles y tecnología, además de la evolución "en cámara lenta" que tiene el derretido de cinco centrales nucleares- sino el impacto sobre la cercana Tokio, conglomerado de 38 millones de habitantes y centro económico mundial.
La sola devastación que provocará la segura caída del precio de la propiedad en Tokio -ancla de los demás precios de una economía que lleva 20 años tratando de salir de la deflación crónica- puede disparar una Tsunami económica, como la que está derribando los precios de los granos, el petróleo yllos bonos gubernamentales.
Agreguemos a esto una caída temporal en el productor del 40 % de los electrónicos y el 60 % de los semiconductores en el mundo, el primer productor de acero y un aumento en el consumo de GNL en el consumidor del 40 % del mundo y completaremos el impacto inmediato, como así también un sentido del valor que Japón calladamente agrega al mundo en que vivimos.
Como en las viejas películas de Godzilla, el rescate está a cargo de militares y científicos desorientados por la magnitud de lo que saben que ignoran.
Como en Medio Oriente, los fondos huyen al dolar y los gobiernos a pedir al de Obama un poco más de imperialismo, aviones y portaaviones para enfrentar la catástrofe.
En medio de esta mala película (un típico doblete combinando dos o tres monstruos de otras -como terremotos, Tsunamis y explosiones nucleares) , surge en evidencia el carácter y la estoicidad de los japoneses.
Porque -como en "La última ola"- las Tsunamis de Hokusai y los monstruos postnucleares como Godzilla -a la vez un primer fruto del "Bollywood" japonés de la posguerra nuclear y arquetipos de la memoria colectiva- son pesadillas recurrentes que despiertan a un pueblo atormentado por vivir en islas con 87 terremotos por año y por las secuelas de Hiroshima y Nagasaki.
Pero ningún otro pueblo ha podido vivir en esas condiciones y desarrollar una civilización propia (clasificada como tal por Toynbee y Huntington) y la tercera economía mundial.
Japón -un país que ha vivido 2,000 años luchando contra la permanente desventaja de la geografía homicida y avara en recursos naturales y energía- tiene a su favor otra fuerza ancestral: la disciplina estoica de volver a comenzar, resumida en el dicho:
Esperemos que así sea, y que la caballería llegue al rescate.
Pero serán los japoneses quienes se levanten a sí mismos luego, como en el terremoto de Kantó de 1923, que destruyó Tokio hasta los cimientos para verla levantarse en una década generando -entre otras cosas- la vivienda antisísmica que redujo las víctimas directas de un terremoto de 9 puntos en la escala Richter a una centésima parte de las experimentadas por Chile con uno de escala 7.
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