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Wednesday, April 1, 2009

Adiós Alfonsín


Fue el primero y tal vez el último político de la democracia que nos tiraron por la cabeza en 1983 que generó esperanzas de algo diferente.
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Hizo que un país destruído moralmente por la guerra civil y la política homicida de los setentas -incluídas dos dictaduras militares y un gobierno civil corruptos y asesinos- creyera por un breve pero milagroso momento en el retorno de la Constitución del 53 y la posibilidad de la república de leyes.
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Derrotó solito a la franquicia post-peronista por primera vez (algo que los caciques de las provincias y los gremios le harían pagar caro) y humilló a los fascistas que quemaban cajones -Herminio Iglesias, que en alguna eyaculación precoz nos dejó a D´Elía- (humillación que le devolverían los carapintadas post-peronistas) y les pasó la factura a los cobardes que iniciaron el genocidio con los decretos de Isabel y los que justificaron y lucraron con las balas por la espalda de Montoneros y la Triple A (factura que terminarían cobrando en cuentas numeradas suizas amparados por el "punto final").
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Nos regaló el espectáculo del Juicio a las Juntas, la CONADEP y el Nunca más y la ilusión de soñar que habría justicia para todos y para siempre.
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El período entre la madrugada de su inesperada victoria y su caravana como Presidente electo por la Avenida de Mayo fue lo más cerca que los argentinos hemos estado de la liberación del terror fascista -militar y civil, de estado o insurgente- en el que nos criamos entre 1966 y 1983


Luego vinieron los desengaños y la evidencia de que Alfonsín era, en definitiva, un político argentino, no Charles De Gaulle, y de que los argentinos -que no habían peleado por la democracia sino para matar y vengarse de sus enemigos o ganar licitaciones entre amigos, callarse la boca y festejar el Mundial del 78 y alentar la catástrofe patriotera de Malvinas del 82 - no se merecían ni iban a contribuir mucho más de lo que hicieron.
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La parábola de Alfonsín de héroe liberador a presidente acobardado y derrotado fue el primer anuncio de que algo andaba muy mal dentro de nuestra sociedad, y que las dictaduras, homicidios y saqueos no eran imposiciones de agentes foráneos, militares criados en la Escuela de las Américas o terroristas educados en La Habana sino que venían de los mismos liceos militares y familias y colegios del Barrio Norte de compartir las mismas hostias y partidos de rugby.
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Fue la primera señal de que los fascistas -de Lopez Rega a Seineldín y Rico- eran nuestros, que los ladrones de la patria financiera y los mafiosos de la patria sindical nos pertenecían y que los radicales eran perfectamente capaces de servirnos pollos de Mazzorín, repartir cajitas PAN por votos, dejar hacer negociados a sus Nosiglias, cagar a los ahorritas con devaluaciones y tablitas de Machinea y vender la embajada de Tokio para tapar el default antes de decir la verdad del mismo modo que sus primos peronistas.


Alfonsín pasó los 25 años siguientes como todos los demás argentinos, negando su fracaso y sus debilidades, pactando en Olivos y posando para las fotos de la izquierda francesa de sus amores, soñando hasta el final con quedar como el Allende argentino, aunque tuviese que conformarse con ser el prócer de nuestra cuarta república -o de una república de cuarta-.

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Pero nadie nos quita lo soñado y lo vivido en esos cortos días en los que un candidato que ni siquiera votamos -dedicados como buenos argentinos a elegir "lo elegible"- nos hizo pensar que la historia podía cometer errores a favor y que uno de ellos podía ser éste.
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Gracias por el sueño, Alfonsín. No se cumplió -terminó en pesadilla- pero mientras duró nos hizo suspender temporalmente el escepticismo e imaginarnos fundando una República.
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Ese ya no es su problema, sigue siendo nuestro.
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Referencias

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1 comment:

Arlt said...

Bien dicho, Discepolín, impresentable en el velorio, pero honesto.
Alfonsín nos hizo soñar, el muy hijo de puta, que era en serio.
Si hubiese tenido huevos, hubiese sido Allende.
Si hubiese tenido huevos y capacidad, hubiese sido De Gaulle.
Pero al menos lo intentó, eso se lo tenemos que agradecer.
Para ser De Gaulle hace falta la Resistencia Francesa.
Para ser Allende, hay que tener un partido socialista como el chileno, miremos a Bachelet.
El problema es nuestro, usted lo dijo muy bien.
Hacemos a lo sumo, con nuestro mayor esfuerzo, un Alfonsín.