Pasarán, pasarán, pero el último quedará".
Así jugábamos en la Argentina de la infancia a "la farolera", pasando en fila india entre dos que formaban con sus brazos un puente y capturaban -al azar- a uno de nosotros y le imponían una "prenda".
La farolera creció, se cayó, al pasar por un cuartel se enamoró de un coronel, y traidora, la mataron las balas Montoneras, siquió el juego y las nuevas estrofas a medida que la infancia se acababa internando en los 70.
Hoy los argentinos siguen cautivos de la Farolera, piqueteándose unos a otros y cortando rutas para cobrar o pagar prendas sin las cuales no se puede jugar ni moverse libremente hasta el siguiente corte.
Las Faroleras kirchneristas que "bajan la barrera" al Uruguay y aumentan el peaje a la soja hoy protestan por los cortes de las Faroleras agropecuarias y las amenazan con los Camioneros amigos que unos meses atrás amenzaban con "pasarse a la vereda de enfrente".
Las Faroleras piqueteras cortan las calles para cobrar sus subsidios y otras prendas por encargo.
En un país con la justicia del Martín Fierro, todo se maneja con prendas.
Los Hijos de Fierro -los verdaderos, no los de Solanas- saben que el bienestar se acrecienta lejos de las casas, en las tolderías que no pasan por las rutas de las aduanas internas, sus Faroleras y sus jueces comprados.
Los que optan por el camino de Martin Fierro, optan por un largo y sinuoso sendero, un sendero salvaje, alejado de las rutas, que tal vez conduzca a una puerta amiga.
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