Una de las pocas buenas noticias del deterioro politico de España desde la crisis del 2008 y el inesperado ascenso y previsible caída del populismo izquierdista de Podemos ha sido el surgimiento de un nueva generación de jóvenes politicos liberales que defienden sin complejos la republica liberal de la Constitución de 1978.
Entres ellos señalamos al malogrado Albert Rivera y Ciudadanos -un temprano e inmaduro intento de ofrecer una opción al PP postfranquista- y ahora a Cayetana Alvarez de Toledo, una de las nuevas figuras surgidas en el mismo PP.
Su libro plantea sin tapujos la reivindicación de los principios del liberalismo ortodoxo que alumbro el nacimiento de la España de la Constitución de 1978 y la reivindicación de los principios de los Pactos de la Moncloa -hoy desconocidos para una generación que nació en la libertad y prosperidad que estos principios generaron-.
Su posición es muy clara en rechazar todos los modelos populistas -de Podemos a Vox en el caso español, de Trump a Maduro y Putin afuera- y reclamar el volver al orden liberal ortodoxo, sin "neos" ni fundamentalismos maniqueos que proponen amputar funciones clave del Estado en favor de una "teocracia de mercado" rechazada por el pensamiento liberal desde Adam Smith hasta Hayek y Friedman.
Esta joven política e historiadora graduada en Oxford argumenta en su libro en forma eficaz a favor de las ventajas y garantías de respetar las instituciones y reglas establecidas por las constituciones liberales -desde la Carta Magna de 1215 a la Constitución americana de 1787, la argentina de 1853 (y muchas otras inspiradas en la de US) , la chilena de 1980 y la española de 1978 que burda y sincronizadamente tratan de modificar los populismos autoritarios.
Alvarez de Toledo -elegida diputada nada menos que por Barcelona pone especial énfasis en denunciar el uso de argumentos étnicos y nacionalistas para fragmentar paises exitosos como Chile y España en microestados separatistas controlados por minorías que usan el nacionalismo para tomar un poder sin votos.
Cayetana esta en la buena senda, a pesar de integrar un partido lleno de empresaurios franquistas y resabios corporativos.
Ha probado que lo sabe al enfrentarse a su cupula y ser expulsada de su posición de vocera por criticar a su dirigente máximo. No solo no se callo sino que pareció liberarse al pedir -y contribuir a- su dimisión.
Como alecciona el meteórico ascenso y caída de su predecesor Ribera y Ciudadanos, nadie es inmune al mareo de la popularidad y la arrogancia -de la cual Cayetana exhibe una significativa dosis- saludable para seguir luchando y llegar pero debilitante y mortal para ejercer el poder.
Su ambición la hace efectiva en la política, aunque creemos que su fuerte son las ideas y su difusión.
Esperamos que la política -mucho menos noble que lo que ella cree y reclama- la devuelva a su rol de intelectual con el menor danio posible.
Paul Samuelson dijo sabiamente que prefería ser autor de libros de cabecera a muchos años de poder.
Probo su tesis ampliamente: a 30 años de su muerte su tratado de Economia sigue siendo texto obligatorio en todas las universidades del mundo. Lo mismo que Smith, Keynes y Friedman. O Fukuyama y Kissinger, para la especialidad de Cayetana.
Las ideas no se pueden matar, los proyectos politicos si y mueren para probarlo cada ciclo electoral cuando el pueblo vuelve a equivocarse como es su habito y su derecho en una republica liberal.
Vale la pena leer y escuchar los argumentos del libro y las conferencias y debates de esta nueva y joven figura de la política hispanoamericana.
Van aqui, a modo de adelanto, algunas definiciones e ideas del libro en los que combina elocuencia con ironia acida:
"La identidad es la gasolina del separatismo y el separatismo es la identidad de nuestro tiempo.
La bola echó a rodar en Mayo del 68, cuando la izquierda, con toda su capacidad dogmática y de prescripción, convirtió al colectivo identitario —mujer, homosexual, negro, musulmán, oso polar— en el nuevo sujeto revolucionario en sustitución del obrero, al que el comunismo había destruido.
El separatismo es un concepto perfectamente aplicable a la ideología de género, que en su histérica deriva antiigualitaria ha enfrentado a las mujeres con los hombres, a los homosexuales con los heterosexuales y hasta a las feministas nuevas con las viejas.
Al indigenismo, que ataca la propiedad privada y justifica la violencia con argumentos que habrían sonado reaccionarios ya en tiempos coloniales.
Y al revanchismo racial, que juzga el pasado con los criterios del presente. Que denuncia por racista al líder político que más hizo para derrotar al régimen más racista de la Historia. Que del asesinato de un buen hombre negro a manos de un mal policía blanco deduce que todos los policías —y todos los blancos— son racistas. Es decir, que contra la discriminación de unos seres humanos promueve la discriminación de otros. Incluso su criminalización. La de los muertos, cuyas estatuas intenta derribar, y la de los vivos, a los que quiere de rodillas.
Y para los que confunden "liberal" con "derechista" o "fascista" ( este ultimo mas bien su opuesto en Ciencia Political e Historia), vale la pena citar sus declaraciones sobre Donald Trump -el modelo actual del populismo para ambas categorías:
Lo conté en una crónica: «Trump hizo un discurso de inauguración que deja corto el concepto de populismo. Que destroza cualquier esfuerzo de buena voluntad hacia el Trump presidente. Un discurso ofensivo. Divisivo. Furiosamente nacionalista. Para inteligencias limitadas». El Partido Republicano y una parte de la derecha europea habían cometido el error de considerar a Trump como uno de los suyos. Era un populista de manual. Un oportunista que había cambiado de partido cinco veces y cuyo proyecto dinamitaba los fundamentos de la sociedad abierta. Trump, escribí, es «una grosera reacción identitaria al identitarismo narcisista y disolvente de la izquierda» y su presidencia «socavará el luminoso legado de unión del republicano Lincoln». Cuatro años después una horda encabezada por un hombre-bisonte asaltó el Capitolio espoleada por las mentiras y las arengas de su ya expresidente.
Una argentina, marquesa y diputada española por el Partido Popular, educada en Oxford es una demostración viviente de la universalidad que proclama el liberalismo y que niegan sus dos opuestos: el marxismo y el fascismo.
Le volvemos a desear un retorno a las ideas y un pasaje sin daño por la política.