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Thursday, May 18, 2023

Lecturas recomendadas 85: Cristina y la Historia de Camila Perochena

Un nuevo y brillante libro de la doctora en Historia (UBA) Camila Perochena se agrega a nuestra lista y biblioteca de Lecturas Recomendadas.

Citamos algunos de sus puntos centrales:

“Gobernar es historiar”, decía Juan Bautista Alberdi respecto a la presidencia de Bartolomé Mitre. La frase no podía ser más eficaz a la hora de ilustrar la gran empresa historiográfica que encaró el primer presidente de la República Argentina unificada y constructor del relato histórico de la nación que se estaba modelando en la segunda mitad del siglo XIX.

CFK siguió al pie de la letra la consigna enunciada por Alberdi. A pesar de su declarada y póstuma rivalidad con la política y la narrativa desplegada por Mitre, la historia le permitió consolidar una identidad política kirchnerista, legitimar los cursos de acción desplegados durante su gobierno e intervenir en el lugar que ocuparía en la memoria de los argentinos.

Así lo expresó pocos días después de asumir como presidenta, en diciembre de 2007, al proponer “la reconstrucción de una nueva historia”. Este oxímoron –reconstruir algo nuevo– describe con nitidez la interpretación del pasado desplegada durante esos años como instrumento fundamental de la “batalla cultural”.

El argumento que recorre este libro es la confluencia de un uso político del pasado polarizador y una concepción de la política y su práctica basada en la radicalización del conflicto. Antagonizar en el presente y sobre el pasado convierte a la historia en un campo de batalla. La fórmula habilita a trazar las fronteras entre un “ellos” y un “nosotros”, entre el “pueblo” y sus enemigos, entre el naciente kirchnerismo y el resto del espectro político, en un arco temporal que remonta las disputas a pretéritos remotos y cercanos.

Una filosofía de la historia para moldear la política. Un repertorio hegeliano para que el pasado explique el presente y se proyecte en un porvenir conocido de antemano. Un porvenir que, según enunciaba la entonces presidenta, implicaba comprometerse en “una misma pelea que es la de revertir 200 años de frustraciones, de desencuentros, de fracasos”.

Si bien en la operación de memoria como en la historiográfica se producen representaciones sobre el pasado, sus lógicas y objetivos son diferentes. Mientras la primera busca consolidar una identidad o legitimar un estado de cosas, la segunda se basa en una crítica fundamentada en reglas y criterios metodológicos.

“Todos los seres humanos, todas las colectividades y todas las instituciones necesitan un pasado, pero solo de vez en cuando este pasado es el que la investigación histórica deja al descubierto”, afirmaba el historiador inglés Eric Hobsbawm (4).

La idea de memoria está cargada de presente, dado que el pasado es visto como un territorio en el que se busca extraer lecciones o dotar de sentido a experiencias contemporáneas. Es una operación que se interesa “menos por el pasado tal como ha acontecido que por su reutilización, sus malos usos y su impronta sobre los sucesivos presentes”, afirmaba Pierre Nora en su clásico libro Lugares de memoria (5). La historia como disciplina, en cambio, se preocupa por evitar el anacronismo y por establecer un distanciamiento crítico para contextualizar los hechos y desentrañar su complejidad (6).

La interpelación a la historia que realiza CFK está más cerca de la emoción y de la identidad que de la operación crítica de un historiador. Se ubica, pues, en el registro del uso productivo de la memoria en el campo político, y es en ese registro en el que se recorta esta investigación.

De la totalidad de discursos pronunciados por la entonces presidenta, se seleccionaron aquellos consagrados a valorizar –positiva o negativamente– determinados momentos del pasado para modelar la memoria pública y construir una identidad colectiva (10). De las iniciativas gubernamentales priorizamos los actos y rituales públicos, los nuevos museos inaugurados durante la gestión y las producciones audiovisuales financiadas desde el poder ejecutivo. Aunque no se aborda a los actores sociales y políticos que disputaron las representaciones del pasado durante el período analizado, sí se hace referencia a la relación que CFK entabló con algunos de ellos al encarar las batallas por la historia y a ciertas controversias expuestas en el espacio público.

la clasificación que proponen los politólogos Michael Bernhard y Jan Kubik en un estudio sobre las memorias oficiales que surgieron tras la caída de la URSS. Los autores distinguen allí cuatro tipos de actores memoriales: “guerreros”, “pluralistas”, “negadores” y “prospectivos” (11).

Los “guerreros memoriales” son aquellos que se consideran portadores de una “verdadera” historia frente a otros actores que cultivarían una visión “falsa” y con los que no es posible negociar.

Los “pluralistas memoriales” aceptan la existencia de una diversidad de interpretaciones del pasado y tratan de entablar un diálogo para encontrar los puntos fundamentales de convergencia.

Los “negadores memoriales” evitan las políticas de memoria y las batallas por el pasado.

Mientras que los “prospectivos memoriales” creen haber resuelto el enigma del pasado y tener la llave para guiar al pueblo hacia el futuro.

las alternativas que Cristina tenía disponibles tanto en el plano de la arena política como en el registro de las narrativas históricas en circulación. ¿En qué relatos se apoyó y a qué actores del presente identificó con momentos del pasado? La asociación de los medios de comunicación y el poder judicial con los golpes de Estado, la de los sectores agroexportadores con el Centenario, o la del kirchnerismo con la noción de revolución de 1810 y de los años setenta del siglo XX, son algunos de los ejemplos que recorren estas páginas.

Las ideas e hipótesis expuestas en este libro son producto de una larga investigación realizada en el marco de una maestría en Ciencia Política y un doctorado en Historia (12).

El libro, centrado entonces en el caso argentino, se ordena en siete capítulos.

  1. El primero expone la matriz en la que CFK formuló el objetivo de revisar el pasado: la “batalla cultural” que se propuso librar implicaba una reescritura de la historia. En esa batalla –por el pasado y por el presente– se puede reconocer tanto la figura del “guerrero memorial”, dispuesto a establecer una “verdadera” historia frente a la “falsificada”, como la del “prospectivo memorial”, listo para guiar al pueblo hacia el futuro.
  2. El segundo capítulo está dedicado a la memoria que el kirchnerismo forjó sobre Juan Manuel de Rosas, el rosismo y los caudillos federales. La figura de Rosas fue protagonista de las “batallas por la historia” durante los siglos XIX y XX, y CFK –junto al círculo de neorrevisionistas cercanos a su gestión– decidió reabrir esas disputas al restituir su imagen positiva.
  3. En el tercer capítulo se rastrean las imágenes que la entonces presidenta promovió acerca del período revolucionario de comienzos del siglo XIX, como asimismo de la militancia juvenil de 1970. Ambos momentos están atravesados por una misma idea de revolución y por una noción del tiempo histórico que no fue ajena al lugar que el kirchnerismo se autoasignó en el presente: la revolución permitía la redención del pueblo y sostenía una imagen de futuro.
  4. El cuarto capítulo se refiere a la memoria en torno al peronismo. Las representaciones sobre el pasado peronista fueron tan sinuosas como las relaciones entre el Partido Justicialista y el kirchnerismo. En este caso se busca reconstruir las rupturas y continuidades establecidas con la tradición peronista o con “los peronismos”, a la vez que inscribir dichas representaciones en las luchas y conflictos que atravesó el gobierno en el presente.
  5. El quinto capítulo se centra en los momentos caracterizados como negativos en el discurso kirchnerista: el Centenario, los golpes militares y el “período neoliberal”. Aquellas épocas con las que se buscó establecer una ruptura fueron asociadas con los opositores políticos del presente: los sectores agroexportadores, el poder judicial, los partidos opositores y los medios de comunicación. Los pasados repudiados debían ser recordados para evitar el desastre ético y moral que representaba el olvido.
  6. El sexto capítulo refiere a la memoria sobre la guerra de Malvinas. Este caso representa una memoria incómoda por la dificultad que implicó para el kirchnerismo compatibilizar la reivindicación nacionalista de la “causa Malvinas” con la defensa de los derechos humanos y los cuestionamientos a la dictadura. Una memoria incómoda que la llevó a CFK a tener que lidiar con la tensión entre una “causa justa” y una “guerra injusta”.
  7. El séptimo y último capítulo se detiene a reflexionar sobre la política puesta en escena a través de las celebraciones públicas. Los rituales memorialistas, como el Bicentenario de la Revolución de Mayo, configuraron escenarios potentes para traducir la reescritura del pasado en un drama colectivo del que participaba toda la comunidad. La importancia que el gobierno le otorgó a la dimensión simbólica de la política hizo de cada discurso, fiesta o conmemoración una cuidadosa puesta en escena en la que pasado y presente se entrelazaron bajo un manto prometedor de futuro.

Ese manto, sin embargo, no pudo resistir el veredicto de las urnas en 2015.

El kirchnerismo perdió aquellas elecciones y, cuatro años después de terminar su mandato, CFK desafiaba a los jueces al pronunciar las palabras citadas al comienzo.

2. La historia oculta y el retorno de Rosas

Rosas en el panteón

¿qué sucedió en la batalla de la Vuelta de Obligado? En 1845 fuerzas conjuntas de Francia e Inglaterra bloquearon el puerto de Buenos Aires. La justificación del bloqueo se fundó en la intervención del gobierno rosista en el enfrentamiento interno que vivía la República de Uruguay, donde se alojaban muchos de los exiliados opositores al régimen imperante en Buenos Aires y la Confederación que apoyaron la participación extranjera en el conflicto.

No obstante, en la base del bloqueo estaba el reclamo por la libre navegación de los ríos, que no era exclusivo de las potencias intervinientes sino que formaba parte de una larga demanda de las provincias del Litoral.

Desde 1820, tras la caída del poder central, Buenos Aires dominaba el comercio de importación y exportación con los países extranjeros y monopolizaba los ingresos de la Aduana del puerto de ultramar, sin distribuirlos con el resto de las provincias.

Rosas no modificó esta situación en su primer ascenso al gobierno de Buenos Aires en 1829 ni lo hizo luego, cuando munido del manejo de las relaciones exteriores que le otorgaba el Pacto Federal de 1831, extendió su hegemonía al resto de la Confederación.

En ese contexto, el 20 de noviembre de 1845 la flota anglofrancesa remontó el río Paraná en dirección a Corrientes. Al llegar a Vuelta de Obligado, al norte de la provincia de Buenos Aires, donde el cauce del río se angosta y gira, se enfrentó al ejército de la Confederación, que había desplegado cadenas y dos baterías para impedir el paso de los buques.

El resultado de la batalla fue una derrota para Buenos Aires –que perdió más de 200 hombres contra siete del bando enemigo–, mientras los barcos de Francia y Gran Bretaña atravesaban las cadenas hasta arribar a Corrientes. Allí fueron recibidos con festejos. Los correntinos venían reclamando contra las políticas económicas impuestas por Buenos Aires desde comienzos de la década del 30,

convirtiéndose en un bastión que desafió la aspiración de Rosas de manejar el poder en el conjunto de provincias.

Dos paradojas a destacar en el decreto.

La primera es que “la gesta histórica que consolidó la soberanía nacional” terminó en la derrota de las fuerzas rosistas. No fue esta la primera ni la última vez en la que el kirchnerismo convertía una derrota en una victoria moral.

La segunda paradoja es que la supuesta defensa de la soberanía nacional se dio en un contexto en el que la “Argentina” no se había conformado aún como un Estado nación.

Lo que existía era una confederación de provincias autónomas donde Rosas ejercía el monopolio de las relaciones exteriores. El poder que concentraba Rosas lo llevaba a rechazar la posibilidad de constituir el país en una república unificada bajo el signo de una Constitución. La negativa a convocar a un congreso constituyente –como reclamaron las provincias a comienzos de 1830, y conspicuos federales como Facundo Quiroga– es muy conocida: sostener la situación confederal implicaba que Buenos Aires mantuviera sus privilegios económicos derivados de su directa salida al Atlántico.

Sin embargo, la memoria oficial construida en torno a la Vuelta de Obligado fue presentada como una gesta por la defensa de la nación y no como resultado de una disputa por la defensa de los intereses de la provincia de Buenos Aires que Rosas supo defender hasta su caída en 1852.