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Wednesday, December 3, 2025

Una Propuesta Verdaderamente Razonable para la Administración de los Residuos Humanos y Demás Subproductos Nacionales

 


La Argentina, nación pródiga en ilusiones y exhausta en realidades, ha optado —con admirable constancia— por sustituir la producción por la emanación.

Hay países que generan bienes; el nuestro genera gases.

Vapores, humos, discursos: todo lo intangible, lo etéreo, lo irrecuperable.

Por eso el reciente intento de gravar el gas doméstico no constituye un absurdo, sino una clarividencia.

Ha llegado el momento de admitir que la única materia verdaderamente abundante en el país es la que se escapa: del intestino, del discurso político, del presupuesto.

No gravarla sería una negligencia patriótica.


I. De la explotación tributaria de la infancia

Quienes sostienen que los bebés deben ser exentos de carga fiscal incurren en una doble ingenuidad: creen que la inocencia genera derechos y que la evacuación genera ternura.
Ambas creencias son refutadas por la química.

Un pañal infantil alberga más metano que un tambor de residuos bovinos.
Cada unidad, abandonada a la intemperie moral y atmosférica, constituye un pequeño laboratorio de descomposición.

Swift propuso comernos a los niños pobres.
Argentina, en su versión aggiornada, propone cobrarlos.

La creación del REPEPES —Régimen Especial de Pedos de Pequeños— no es una crueldad, sino un acto de justicia fiscal:

Que cada progenitor contribuya al erario en proporción al volumen de emanaciones de su descendencia.

El metano infantil, correctamente administrado, podría financiar escuelas, hospitales o —lo más probable— nuevos programas decorativos de asistencia política.
Pero no es mi intención proponer destinos virtuosos. Bastará con que el gas recaude.


II. De la conversión fiscal del cartonero en recurso extractivo

El cartonero es un recurso natural subexplotado.
Deambula por la ciudad con el sigilo de los animales carroñeros, seleccionando los restos útiles de una civilización que hace tiempo dejó de producir más de lo que descarta.

No es razonable permitir que este sujeto —un híbrido entre trabajador, sobreviviente y archivo ambulante— opere sin tributar.

Proponer un Canon Cartonero no implica castigo; implica admitir que incluso la miseria debe contribuir al sostenimiento del Estado que la produce.

Swift habría sugerido aprovechar el cartón para alimentar hornos benéficos destinados a niños ociosos.
Argentina, más sofisticada, preferirá transformarlo en recurso impositivo.


III. De la explotación moral del ganado

La vaca, ese símbolo patrio más resistente que el escudo y más útil que el Congreso, posee un talento que supera incluso su capacidad de producir carne: produce gases con la perseverancia de un legislador en año electoral.

Cada vaca genera aproximadamente 250 a 500 litros diarios de metano, una cifra que convertiría a cualquier ministro de Economía en un poeta del desconsuelo.

No gravar esa emanación equivale a renunciar a nuestra única ventaja comparativa:
La producción ilimitada de pedos bovinos.

Propongo, sin ironía y con fría admiración, la implementación del Aporte Solidario por Pedo Vacuno (ASPV).
Que la vaca pague si su dueño no puede.


IV. Consideraciones morales finales

Quien encuentre cruel esta propuesta no ha entendido la esencia del país.
No es cruel gravar pañales, cartoneros o vacas.
Cruel es permitir que el Estado siga financiando su incompetencia sin siquiera aprovechar los residuos que él mismo genera.

La Argentina no necesita ideas nuevas; necesita explotar mejor su degradación.
Si el país produce miseria, pedos y basura, que al menos obtenga un rédito fiscal.

En resumen:

  • Si no podemos ser Suiza, seamos la potencia mundial del residuo gravado.

  • Si no podemos exportar ciencia, exportemos metano compensado.

  • Y si no podemos mejorar la calidad del aire, al menos cobremos por contaminarlo.

Como escribí al inicio, la riqueza de este país está en lo que se escapa.
Solo resta organizar su fuga con elegancia burocrática.

Y gravarla, por supuesto.

Del pedo vienen, al pedo se van

 


Los muchachos (y muchachas y muchachxs) kirchneristas la tienen con el campo. 

Allá por 2009, con la infausta (para ellos) 127, les dedicamos La Nube de Pedo. 

Hoy, 16 años después,nos confirman nuestras sospechas: no han aprendido nada.

Ni siquiera la sabiduría de callar a tiempo, siguiendo el consejo de Mark Twain:

"Es mejor quedarse callado y parecer imbécil que abrir la boca y confirmarlo."

La nube de pedo II: Impuesto al gas, becas militantes y las nuevas “jóvenes promesas”

Hay propuestas que nacen viejas. Y después está el impuesto al gas que quiso dejar como souvenir la legisladora saliente Lucía Klug: una iniciativa tan ligera de ideas y tan cargada de olor a oportunismo que sólo puede compararse con lo que, en Buenos Aires, llamamos, con precisión sociológica, una nube de pedo.

Ni siquiera es un impuesto creativo: es un impuesto al pedo, para financiar militantes que viven de la política y no para la política. Una especie de PAMI de la militancia juvenil, sólo que pagado por el contribuyente y sin prestaciones médicas.
Porque si algo dejó en claro la propuesta, es que el gas lo pone el ciudadano; el curro, el partido.

Un impuesto al pedo para sostener militantes en pedo

Orwell se habría reído: en su distopía, el Ministerio de la Verdad cambiaba la historia; en el conurbano, directamente te cobran por tirarte un pedo. Y eso no sería tan malo… si al menos financiara hospitales, escuelas, infraestructura o algo que no termine en un galpón con banderas, bombos y un par de becarias tuiteando consignas desde un iPhone que paga el Estado.

Pero no: el impuesto es para “becas políticas”.
Traducido al porteño: plata pública para militantes privados.

Y acá aparece la ironía borgeana: Borges, que detestaba del poder su tendencia a la farsa, diría que este impuesto es una metafísica más absurda que Tlön: se basa en entes imaginarios —el mérito de la militancia rentada— que sólo existen porque alguien los financia.

De la nube de pedo a la nube de cargos

A esta tragicomedia se suma el caso de Lucía Lemoine, la libertaria convertida en influencer legislativa, cuyo paso por el Congreso dejó menos contenido que un sobre vacío. No es misoginia decirlo: es estadística.
La política argentina se ha vuelto especialista en promocionar a mujeres jóvenes como si fueran producto de góndola, no por su capacidad legislativa, sino por su utilidad simbólica.

Se las exhibe como estandarte del “nuevo feminismo”, cuando en realidad son instrumentalizadas como objetos políticos: cuerpos que se muestran, no ideas que se escuchan.

No es inclusión: es marketing electoral con glitter.

El mensaje implícito es brutal:

“No hace falta estudiar, trabajar o construir una carrera. Si servís para la foto, te alcanza.”

Ese “feminismo” de utilería es más hipócrita que progresista. Es el patriarcado reciclado con sticker violeta.

El Estado como máquina de humo (y de pedos)

Lo que subyace a todo esto es un problema más profundo: la desinstitucionalización del mérito.
El Estado, en vez de premiar el talento, premia la adhesión.
En vez de formar ciudadanas, forma militontas.

Y en ese ecosistema, claro, todo termina “al pedo”:

  • Al pedo el impuesto.

  • Al pedo la beca.

  • Al pedo el cargo.

  • Al pedo el rol legislativo.

Y todo en pedo de soberbia ideológica.

Orwell advertía sobre los gobiernos que manipulan el lenguaje para justificar lo absurdo: acá ya ni manipulan; directamente te cobran por el absurdo.

Conclusión: menos nubes de pedo, más República

La Argentina no necesita un impuesto al gas. Necesita que quien legisle sepa escribir, leer, debatir, pensar y —si no es mucho pedir— trabajar.

Necesita mujeres con mérito, no con un padrino político.
Ciudadanas, no influencers estatales.
Representantes, no becarias.

La nube de pedo siempre se disipa.

Pero los incorregibles K dejan el proverbial pedo en la boda como despedida.