En Diciembre de 2001 Argentina experimento una triple crisis: una económica, al entrar en default de su deuda; una social, al confiscar y devaluar los ahorros de toda su población y producir despidos masivos y una política, al producir un golpe de estado palaciego que obligo a la renuncia del presidente constitucional Fernando De La Rua y su reemplazo por 5 presidentes sucesivos hasta el que orquesto el golpe, Eduardo Duhalde -quien "pesificaria" los depósitos en dólares de un plumazo, evaporando el 70% de los ahorros de la población atrapados en los bancos.
El libro del periodista Ceferino Reato, Doce Noches:2001 es un relato a la vez riguroso y humoroso de doce noches dignas del Berlanga de Todos a la Carcel,
que es donde en un pais desarrollado habrían ido a parar todos los personajes del libro. En Argentina, en cambio no solo no se fue nadie sino que siguen en el gobierno y lo negocios 23 años después.
El libro merece esa doble lectura: la del riguroso documento histórico -que cuenta las versiones de todos los involucrados- y como un texto picaresco digno de los truhanes de Quevedo o los personajes de Berlanga, retratados en toda su ridiculez de truhanes sobrepasados por las consecuencias de años de corrupción desenfrenada.
Haremos algunas citas para explicar este prologo sumario:
Por ejemplo, la desesperación por eludir la ira de los políticos corruptos (una redundancia en la Argentina de 2001 y de 2023):
Era el país de los saqueos, los cacerolazos, los piquetes y los reclamos más diversos, unidos por un grito común: “¡Que se vayan todos!”. Los políticos tenían que esconderse para evitar la furia de la gente; un escenario solo para gente curtida, como el diputado peronista Oraldo Britos, que, antes de que lo escracharan en Casablanca, un café frente al Congreso, paralizó a la turba: “¡Ustedes se confunden; el hijo de puta que se dedica a la política es mi hermano gemelo!”.
O el bloqueo de pánico en posición fetal de uno de los "presidentes interinos" después del golpe de palacio:
—Dice
Néstor que, si querés renunciar, renuncies. —¡No ven que no me apoyan los
gobernadores! ¡No ven que me están jugando en contra! Pero yo no voy a ser
forro de nadie, que se consigan otro De la Rúa. Diálogo entre el presidente
Adolfo Rodríguez Saá y el diputado Sergio Acevedo, delegado del gobernador
Néstor Kirchner, el domingo 30 de diciembre de 2001 en Chapadmalal.
La
versión de Duhalde es muy distinta: “Cuentan los que estaban con él en
Chapadmalal que tuvo un ataque de pánico. En relación con el estado de ánimo de
Rodríguez Saá, fue notorio que pasó de un estado de euforia muy grande en los
días previos a un pozo depresivo en medio de la reunión de Chapadmalal”. “Hablé
—añade— con Ruckauf; Daniel (Scioli), que era secretario de Turismo y Deportes;
Cafiero, que era senador; Juanjo Álvarez… La historia que me relatan es la
misma: estaba en posición fetal y el hermano lo acariciaba; tuvo un ataque de
pánico. Y lo comprendo: la presidencia es un lugar muy complicado. Además, él
se había pasado una semana sin dormir, y lo decía”.
O la huida tragicómica de la ira de los saqueados;
"Varios dirigentes que participaron del corto gobierno de Rodríguez Saá señalan a Álvarez como uno de los “conspiradores”, una especie de Caballo de Troya colocado allí por los bonaerenses Ruckauf y Duhalde para desestabilizar al caudillo puntano. El ex asistente de Álvarez niega que su ex jefe hubiera cumplido ese rol: “Creo que algunos necesitan inventar cualquier cosa —construir un relato, en términos del kirchnerismo— para justificar por qué tuvieron tanto miedo y salieron corriendo”.
—Antonio, guarda que lo van a pasar por encima —le advierte Frigeri. —Pero, ¿por qué se van de esta manera? ¿Qué les pasa a los compañeros? —pregunta Cafiero, confundido. Parado a un costado del sendero, Frigeri ve pasar más coches y también una combi blanca de presidencia con una pequeña muchedumbre de funcionarios despavoridos, en la que reconoce al secretario de Turismo y Deportes, Daniel Scioli, nombrado por el Adolfo para congraciarse con Menem.
—Se fueron todos y nos dejaron acá. Esto no puede estar sucediendo —dice Cafiero. —Antonio, estamos mal: usted, un senador y yo, un funcionario; dos corruptos. Nos van a pasar por las armas. Yo me voy a la arena y me entierro de pies a cabeza —bromea Frigeri.
—Yo no me voy a enterrar por culpa de un caudillo de provincia que no aguanta las presiones inherentes a la presidencia de la Nación —contesta Cafiero con fingida solemnidad. Indiferentes, varios empleados limpian el lugar.
Los políticos les explican que se han olvidado de ellos y les preguntan si conocen a alguien que pueda llevarlos al aeropuerto de Mar del Plata.
—¿Por qué no le dicen al parrillero? Él tiene una camioneta. Ojo que está por irse —les contesta un empleado.
Ansiosos, Frigeri, Cafiero y el resto del grupo salen del chalet y a un costado ven a un hombre que está por subirse a una vieja camioneta Ford, carrozada; allí había traído la carne y las achuras para el asado del mediodía. —Hola amigo, ¿usted está saliendo? Necesitamos que nos acerque a Mar del Plata. ¿Nos haría la gauchada? —implora Cafiero.
—Mire, voy acá cerca, pero puedo sacarlos de aquí y dejarlos en la ruta. —Está bien, amigo. En la ruta, hacemos dedo. —Pero si me ven los muchachos que están protestando, me rompen la camioneta. Tienen que ir atrás. —¿Atrás? —se sorprende Frigeri. —Sí, así no los ven.
El parrillero abre la caja de la camioneta y acomoda un viejo colchón para que los cinco extraños no ensucien sus prolijas vestimentas con los restos de comida y de carbón. —
¿Un colchón? ¡No me digan que, encima de todo esto, nos van a coger! —suelta Cafiero.
Todavía ríen sentados en el colchón cuando la camioneta atraviesa la puerta principal del complejo turístico en medio de los gritos y del resonar de las cacerolas. Ya en la ruta 11, a una prudente distancia de los caceroleros, Frigeri, Cafiero y los funcionarios de Economía intentan que algún automovilista se apiade de ellos y los acerque al aeropuerto.
—Esto les va costar dos mil pesos —tarifa el dueño de un vehículo. —Pero, ¿cómo nos va a cobrar? Estamos en una emergencia —protesta Cafiero.
—Entonces, ¡púdranse acá, manga de corruptos! —les grita y se aleja a toda velocidad.
Al final, convencen a otro automovilista para que los lleve al aeropuerto, donde consiguen lugar en un avión que parte a Buenos Aires. Cafiero entra en la aeronave y saluda, sonriente, a la tripulación.
—Mejor no digan nada y busquen rápido dónde sentarse. Muchos pasajeros están enojados porque no querían viajar con ustedes —les aconseja una azafata. Cafiero encabeza el cortejo de políticos y funcionarios humillados que avanza hacia el fondo del avión en procura de asientos vacíos, la cabeza gacha, el paso rápido, recordando seguramente tiempos más gratos de una militancia peronista en la que lleva ya más de medio siglo."
No solo se quedaron todos en el poder -Menem y Cafiero murieron snador, los Kirchner se quedaron hasta el presente, como Scioli y todos los nombrados- sino que otro colapso similar esta de nuevo entre las posibilidades.
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