Si en su primer turno sus críticos subestimaron el método en su aparente locura (para aludir al Polonius de Shakespeare reflexionando sobre la aparente demencia de Hamlet) y no vieron la hábil estrategia de medios sociales y detección de resentimientos sociales detrás de la catarata de mentiras populares -Obama el negro africano y musulman de closet, los inmigrantes latinos y los negros como beneficiarios de asilos, "ciudades santuario" y subiendo el costo de Medicare con Obamacare- y slogans nacionalistas -como MAGA, aislacionismo y deportaciones, en su segunda temporada en la Casa Blanca estarían ignorando la otra cara del trumpismo: la locura detrás de sus métodos.
La guerra de tarifas, las delirantes amenazas de anexión de Canadá, Groenlandia y el Canal de Panama, la conversión de Gaza en una riviera mediterránea operadas por el propio Trump como negocio inmobiliario salvador, hablan a gritos de la borrachera napoleónica detrás de los métodos del inefable Donald y su management de reality show frente a camaras (inevitable recordar al "Aló presidente" del difunto Chavez). Si el primer Trump tuvo éxito con sus tax cuts y desregulaciones en bajar el precio de la gasolina -la víscera sensible de los bastiones trumpistas que se mueven en camionetas y pickups- y con su amague simbólico de levantar un muro con México, el segundo muestra que el descontrol del apostador exitoso domina al cálculo negociador.
Y ahora la catarata de amenazas y decretos ampulosos muestran otra arista de drama shakespeariano como "el sonido y la furia del loco significando nada" (aparte del placer de la revancha kamikaze). Pasamos de la venganza de Hamlet al desatino y derrota de Macbeth, asesorado por intrigantes y adulones -en este caso una corte con charlatanes como Steven Bannon, el líder del nacionalismo populista (que Trump desecho en su primer mandato) , monomaniacos como Stephen Miller, el líder del ala xenofóbica y esa version de Henry Ford del siglo 21 en la que se ha trastornado Elon Musk.
Trump sigue con su bola de demolición resquebrajando pilares del orden local y global sin prestar importancia a la estabilidad del techo sobre su cabeza (la inevitable respuesta y parálisis que generara su choque con juicios y represalias ni a su piso -la inflación y las corridas financieras que promete la guerra de tarifas-
Wall Street -alertada por lo último- ya muestra señales de alarma y si la inflación se desata, los votantes mas leales no tardaran en resentir eel impacto.
Milei -que es tan audaz como Trump pero mejor preparado en economía- acuño un caveat a los que lo llaman loco, diciendo que la unica diferencia entre un loco y un genio son los resultados.
Trump se considera un genio -como Milei- pero tiene en su fragil e inflado ego un peligroso equivalente del Hindenburg.
Esperemos que reaccione antes de chocar en alguno de los amarres que necesitara.
Tal vez la mejor pantomima de una guerra tarifaria fue inmortalizada por LaureL & Hardy en 1929, en la antesala de otro estallido de locura en los métodos aparentemente racionales:
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